Hace un tiempo con una amiga y colega mía comentábamos el estilo de vida de ciertas ex compañeras. Todas muy ambiciosas, con metas y objetivos claros e inflexibles. A primera vista podría no apreciarse un cuestionamiento, sino más bien características propias de un profesional cualquiera.
Lo que comentábamos de muy buena gana era la manera en que se había propuesto cumplir sus expectativas; como por ejemplo casándose sin amor con alguien sólo para alcanzar cierto estatus, manipulando personas y circunstancias para satisfacer lujosas necesidades, moviendo influencias en la alta, media y baja sociedad para alcanzar un sobrevalorado puesto laboral, o simplemente "meneando las caderas" (por decirlo de una manera elegante) para lograr sus propósitos.
Es decir, nuestras colegas han utilizado cualquier recurso que bordea (y que a veces sobrepasa) los límites de la ética laboral e interpersonal con tal de conseguir su propia satisfacción, tan sólo así, de una manera simplemente desvergonzada. Y lo peor del caso es que ¡han logrado todos sus propósitos!
Entonces concluimos que en este mundo no se puede caminar por la senda del bien y el trabajo duro sin que alguien te pisotee olímpicamente con alguna trampa para rebasarte. Hay que jugar el mismo juego sucio y amoral que la gran mayoría, puesto que es la única manera de alcanzar las metas de uno. Hay que manipular, ser desconsiderado y egoísta, porque todos los demás son así con uno.
Tal vez sea cierto, el mundo está más egoísta que nunca. Pero me niego a ser parte de esa mayoría. Me niego al compadrazgo, al nepotismo, a las uniones sexuales y conyugales sólo por interés. Y no porque le tenga fe al mundo, al contrario. Simplemente quiero seguir aspirando a una vida propia sin necesidad de llevar a cabo acciones de ética dudosa. Quizá la frase "se aprovechan de mi nobleza" sea el estandarte de toda mi vida, pero no importa. Mi conciencia es ligera como una pluma y prefiero personalmente mantener el fair play.