Viví el amanecer del nuevo milenio en ambiente universitario, un extraño mundo que cambiaba a la velocidad del viento invernal, donde un día pensabas que tenías amigos y al día siguiente volvían a su ciudad de origen sin siquiera un adiós. Fue una etapa bastante solitaria, en la que trataba de concentrarme en mis estudios, en tener buenas calificaciones y cumplir con los deberes de cierta secta religiosa que prefiero olvidar.
Jornadas maratónicas en que pasaba prácticamente todo el día en la facultad, a veces sin almorzar, tratando de integrarme a los grupos que formaban mis compañeros de asignaturas, pero la verdad me sentía más cómodo en la biblioteca, buscando las últimas revistas de Newsweek o simplemente escuchando música de mi reproductor de cassettes... Sí, en aquella época aún se utilizaban tales aparatos, aunque ya iban de salida. Como nunca me ha gustado escuchar radio llevaba cintas con las bandas sonoras de mis animés favoritos como Robotech, Evangelion, Slam Dunk, etc. Dibujar también llenaba las horas mientras esperaba la siguiente clase.
Y mientras me sumergía dentro de mi pequeño mundo seguro era inevitable fantasear con momentos mejores y compañía agradable. Si bien aquella organización religiosa azotaba fuerte con el látigo de la exigencia y la disciplina moral, había alguien que hacía que todo eso valiera la pena. Una amistad recíproca, combinada con un prohibido amor secreto. Recuerdo que me gustaba mirar desde la terraza del tercer piso y contemplar la calle, buscando su rostro, esperando que me viniera a rescatar con su sonrisa que le daba cuerda a mi mundo. Eso, por supuesto, en la realidad nunca ocurrió. Creo que me acompañó un par de veces a la cineteca de la facultad a ver animación, aunque sí fue mi "cita" en la recepción para los alumnos de primer año homenajeados por obtener el mejor puntaje en la prueba de admisión (P.A.A. en su tiempo, P.S.U. en la actualidad).
Por supuesto todo eso acabó cuando renuncié a dicha secta y por ende esa amistad se terminó abruptamnte en un dramático episodio de devolución de artículos mutuamente prestados, resentimento y hasta lágrimas, aunque increíblemente no de mi parte.
Mi vida posterior a eso fue aún más solitaria, interrumpida solamente por algunos trabajos en grupo y reuniones sociales a las que me auto-obligaba a asistir para mantener nociones de contacto humano. Hice buenas amistades, lo reconozco, conocí a seres brillantes y acogedores, quienes han seguido su propio rumbo como naturalmente ha de ser.
Durante todo ese tiempo mi refugio fueron mis hobbies en casa, como disfrutar de la animación emitida por la TV abierta, mis juegos de computador o visitas a la juguetería donde llegaban figuras Playmobil. Internet también abrió un nuevo mundo de posibilidades y conocimientos. Hasta conseguí mi primer empleo como ayudante de laboratorio de computadores, dinero que ahorrado y estrujado al máximo me permitió darme mis primeros gustos y con el que incluso compré mi primer celular, cuya compra me hizo sentir como un auténtico adulto por primera vez en mi vida.
Si bien Internet y contar con mi propia línea privada me permitió emprender la búsqueda de un alma gemela al final del día me sentía igual de solo. Tenía email, nadie me escribía. Tenía celular, el cual nunca sonaba. Tenía tantas ganas de encontrar a alguien con quien compartir mi tiempo, mis gustos, mis aficiones y además mi corazón, que anhelaba sentirse querido y deseado.
Sin embargo llegó la hora de crecer y madurar, y con eso la hora de escalar laboralmente en el escaso mercado de la región para profesionales como yo. Me concentré en mis trabajos y para relajarme seguí con mis hobbies de siempre. En el camino y sin buscar mucho en realidad fue apareciendo gente que por suerte quedó en el camino, hasta que alguien apareció y compartió su vida un tiempo, siendo testigo de mi renuncia a mi trabajo universitario, de una larga y humillante cesantía, de la bendición de haber encontrado un buen trabajo en el mundo privado y, finalmente, de ser parte de la causa de una irresponsable enfermedad gástrica que culminó en una estresante ruptura y la extirpación de un órgano no vital.
Lo anterior, si bien inicialmente me dejó con un forado en el corazón, me sirvió para crecer emocionalmente, sobretodo para ser más cauteloso de la gente que empezara a conocer y para tener mayor amor propio. Nuevamente pasaron y se fueron personajes, hasta que llegó quien siempre quise que llegara.
Los altibajos laborales siempre estuvieron a la orden del día, pasando de un futuro prometedor al borde de un nuevo desempleo y viceversa. Tantos cuestionamientos vocacionales que llegaron demasiado tarde, hasta que después de un largo período de tira y afloja volví a caer en la cesantía, aunque esta vez con una malla salvavidas llamada compensación y seguro laboral, lo que me permitió desenvolverme durante unos meses hasta que al fin, cuando estaba a punto de caer en la desesperación un buen ex colega me ofreció el actual puesto donde me desempeño, el cual definitivamente no doy por sentado y hago mi mayor esfuerzo para ser considerado un elemento positivo dentro de la empresa. Las recompensas no son gratuitas, cuestan bastante trabajo, y estoy más que dispuesto a ganármelas.
Finales de la década, comienzos de la década y todavía sigo de allegado en el nido paterno. Es más fácil emprender una vida independiente con un cónyuge al lado... Y con una profesión más rentable, por supuesto. Mi gran objetivo es adquirir mi propio domicilio a corto-mediano plazo, una caminata cuesta arriba pero que estoy decidido a seguir. Con una mano del buen karma que tengo acumulado de seguro sí es posible.