Muchas personas tienen una devoción prácticamente religiosa hacia los viernes. Asalariados que cumplen sus labores de lunes a viernes y que esperan el descanso temporal a nuestro eterno estado de esclavitud disfrazada de una libertad consumerista. Se entiende, no todos tenemos el privilegio de trabajar en algo que de verdad nos guste y apasione, la gran mayoría sólo lo hacemos por el dinero, que termina pagando nuestra subsistencia.
Similarmente, durante todo el año espero Nochebuena y Navidad, días mágicos que traen hermosos recuerdos de mi infancia. Tener a toda la familia reunida, la exquisita comida, el intercambio de obsequios, los especiales televisivos de Navidad, las golosinas, los juegos, las luces festivas. La lista completa de mis cosas favoritas, todas juntas en un par de días.
Cuando la gente habla de "salir de la rutina" es a esto a lo que me refiero.
Hace 15-20 años mi barrio era mayoritariamente residencial. El comercio era poco y dedicado principalmente a suplir las necesidades de la comunidad, como una peluquería, una panadería, un par de almacenes y botillerías. De modo que la vida era tranquila, muy familiar, una paz que sólo se quebraba por las risas de niños jugando en los pasajes o la calle. Y en Nochebuena la quietud era particularmete de cuento de hadas, pues todos estaban en casa compartiendo con su familia.
A medianoche era normal ver a niños pequeños junto a un familiar mayor pasear aleatoriamente por el barrio, una estrategia para sacarlos de la casa mientras "Santa Claus" ponía los regalos bajo el árbol. A mí me hacían subir a mi dormitorio a esperar al Viejo Pascuero, mientras rápidamente sacaban los regalos de su escondite y los colocaban en la sala de estar. Ya con la llegada de mis sobrinos me tocó continuar con este ritual, mientras los demás hacían la "magia" de la Navidad. De hecho no recuerdo haber participado de la colocación de los regalos en mi vida.
Con el aburguesamiento mi barrio se ha transformado en un centro comercial a cielo abierto para turistas y visitantes, donde destacan restaurantes con precios inflados, hoteles "boutique", tiendas fifí vendiendo repostería industrializada a precio hipster/artesanal, sin contar a ambulantes oportunistas que tratan de vender piedras, fierritos y trapos, entre otras chucherías, como souvenirs autóctonos a los incautos extranjeros guiados por estrepitosos guías locales.
Si bien toda la semana el bullicio foráneo generado precisamente a causa de este aburguesamiento es incesante, y aún peor en los fines de semana, durante Nochebuena fue reducido al mínimo con los negocios cerrados y el flujo de gente reducido exclusivamente a los residentes. Me sentí cronotransportado a tiempos más felices y apacibles, cuando antes de la cena de Nochebuena (y después de los especiales televisivos de Navidad) me quedaba en el patio, contemplando el cielo despejado de verano, buscando la mítica Estrella de Belén.
Aunque pasear por mis calles y ver que la gente aún decora la fachada de sus casas y pone el árbol de Navidad junto a una ventana para que los peatones lo admiremos, sigo resintiendo la "involución" del otrora tranquilo sector que ha sido testigo de mi crecimiento por ya 30 años.
Quizás la vida me hizo este regalo de tener una noche tranquila en mi cerro, para variar. La próxima toca en Viernes Santo, cuando la culpa católica motiva a la población a "no pecar" y quedarse en casa. Para mí el resto del año es sólo hacer tiempo hasta la próxima Nochebuena, cuando el día tiene un aroma y color distinto, y la magia de ver sonreír a toda la familia vale cada peso invertido. Feliz y mejor año para todos.
Similarmente, durante todo el año espero Nochebuena y Navidad, días mágicos que traen hermosos recuerdos de mi infancia. Tener a toda la familia reunida, la exquisita comida, el intercambio de obsequios, los especiales televisivos de Navidad, las golosinas, los juegos, las luces festivas. La lista completa de mis cosas favoritas, todas juntas en un par de días.
Cuando la gente habla de "salir de la rutina" es a esto a lo que me refiero.
Hace 15-20 años mi barrio era mayoritariamente residencial. El comercio era poco y dedicado principalmente a suplir las necesidades de la comunidad, como una peluquería, una panadería, un par de almacenes y botillerías. De modo que la vida era tranquila, muy familiar, una paz que sólo se quebraba por las risas de niños jugando en los pasajes o la calle. Y en Nochebuena la quietud era particularmete de cuento de hadas, pues todos estaban en casa compartiendo con su familia.
A medianoche era normal ver a niños pequeños junto a un familiar mayor pasear aleatoriamente por el barrio, una estrategia para sacarlos de la casa mientras "Santa Claus" ponía los regalos bajo el árbol. A mí me hacían subir a mi dormitorio a esperar al Viejo Pascuero, mientras rápidamente sacaban los regalos de su escondite y los colocaban en la sala de estar. Ya con la llegada de mis sobrinos me tocó continuar con este ritual, mientras los demás hacían la "magia" de la Navidad. De hecho no recuerdo haber participado de la colocación de los regalos en mi vida.
Con el aburguesamiento mi barrio se ha transformado en un centro comercial a cielo abierto para turistas y visitantes, donde destacan restaurantes con precios inflados, hoteles "boutique", tiendas fifí vendiendo repostería industrializada a precio hipster/artesanal, sin contar a ambulantes oportunistas que tratan de vender piedras, fierritos y trapos, entre otras chucherías, como souvenirs autóctonos a los incautos extranjeros guiados por estrepitosos guías locales.
Si bien toda la semana el bullicio foráneo generado precisamente a causa de este aburguesamiento es incesante, y aún peor en los fines de semana, durante Nochebuena fue reducido al mínimo con los negocios cerrados y el flujo de gente reducido exclusivamente a los residentes. Me sentí cronotransportado a tiempos más felices y apacibles, cuando antes de la cena de Nochebuena (y después de los especiales televisivos de Navidad) me quedaba en el patio, contemplando el cielo despejado de verano, buscando la mítica Estrella de Belén.
Aunque pasear por mis calles y ver que la gente aún decora la fachada de sus casas y pone el árbol de Navidad junto a una ventana para que los peatones lo admiremos, sigo resintiendo la "involución" del otrora tranquilo sector que ha sido testigo de mi crecimiento por ya 30 años.
Quizás la vida me hizo este regalo de tener una noche tranquila en mi cerro, para variar. La próxima toca en Viernes Santo, cuando la culpa católica motiva a la población a "no pecar" y quedarse en casa. Para mí el resto del año es sólo hacer tiempo hasta la próxima Nochebuena, cuando el día tiene un aroma y color distinto, y la magia de ver sonreír a toda la familia vale cada peso invertido. Feliz y mejor año para todos.