Hace algunos años, después de una devastadora ruptura sentimental con una persona de origen muy "católico" (sí, entre comillas porque de valores católicos sólo la imagenería de trípticos, calendarios de pared y figurillas de yeso), quedé en un estado melancólico tan notorio e inédito para mi familia que, casi sin percatarme, empezaron a darme gusto en casi todo lo que se me ocurría.
No era algo que yo quisiera, ni mucho menos me iba a aprovechar de eso, pero esos pequeños detalles me sorprendían y alegraban el día.
Días antes de Semana Santa, durante el almuerzo, mis padres mencionaron sus planes para el menú durante ese fin de semana, y de broma mencioné que para el día viernes se me antojaba un sandwich de carne con queso y un huevo frito encima, algo contrario a las tradiciones pertinentes a dichos feriados. Mi papá y yo no somos católicos, sólo nos aprovechamos de fechas así en sentido material. Mi mamá sí lo es, aunque sólo apegada a las costumbres, mas no a la nefasta organización en sí.
Llegó ese viernes, había despertado recién, pero me quedé un buen rato en cama, mirando el techo, tratando de pensar maneras de resolver mi vida en aquel entonces. En eso mi papá abre la puerta de mi dormitorio y entra con mi desayuno, a la cama, y era exactamente lo que en broma se me había antojado un par de días atrás: un gran sandwich de carne con queso derretido y un huevo frito. Fue como si el espíritu santo descendiera sobre un plato y se posara justo delante de mi. Jamás olvidaré ese gesto tan noble de mi padre.
Para conmemorar esa ocasión decidí mantener la tradición de un desayuno carnívoro en Viernes Santo, para remembrar que pase lo que pase la lealtad y apoyo incondicional a la familia sí son valores sagrados, que se mantienen vivos en el corazón de las personas con integridad, y que no requieren de estatuillas o templos.
No era algo que yo quisiera, ni mucho menos me iba a aprovechar de eso, pero esos pequeños detalles me sorprendían y alegraban el día.
Días antes de Semana Santa, durante el almuerzo, mis padres mencionaron sus planes para el menú durante ese fin de semana, y de broma mencioné que para el día viernes se me antojaba un sandwich de carne con queso y un huevo frito encima, algo contrario a las tradiciones pertinentes a dichos feriados. Mi papá y yo no somos católicos, sólo nos aprovechamos de fechas así en sentido material. Mi mamá sí lo es, aunque sólo apegada a las costumbres, mas no a la nefasta organización en sí.
Llegó ese viernes, había despertado recién, pero me quedé un buen rato en cama, mirando el techo, tratando de pensar maneras de resolver mi vida en aquel entonces. En eso mi papá abre la puerta de mi dormitorio y entra con mi desayuno, a la cama, y era exactamente lo que en broma se me había antojado un par de días atrás: un gran sandwich de carne con queso derretido y un huevo frito. Fue como si el espíritu santo descendiera sobre un plato y se posara justo delante de mi. Jamás olvidaré ese gesto tan noble de mi padre.
Para conmemorar esa ocasión decidí mantener la tradición de un desayuno carnívoro en Viernes Santo, para remembrar que pase lo que pase la lealtad y apoyo incondicional a la familia sí son valores sagrados, que se mantienen vivos en el corazón de las personas con integridad, y que no requieren de estatuillas o templos.
Por lo general la mayoría heredamos las costumbres de los nuestros. La creación de nuevas costumbres positivas debe ser señal inequívoca de avanzar en la vida.
(Este año tocó rebanada de asado alemán con queso chanco encima)