Las cuentas no discriminan la manera en que se paguen, ni los gastos, ni las necesidades ni los lujos. Cuando era joven nunca imaginé que trabajaría en retail durante las fiestas navideñas. De hecho recuerdo que trataba de evitar salir a la calle los 24 y 31, prefería quedarme en casa tranquilo. Y en mis años trabajando en oficina eran días lentos con poco movimiento, pocas labores, con una pequeña celebración entre compañeros esperando la salida adelantada para llegar a casa con la familia.
Los días previos a Navidad trabajando en el comercio son un infierno que sólo los pecadores más reilientes están dispuestos a enfrentar, incluso los más veteranos del rubro esperan con ansias el término de la temporada.
La incultura del chileno promedio (y en realidad del latino promedio) es dejar todo trámite o tarea para última hora, incluyendo la compra de regalos. Algo que perfectamente podría conseguirse con un poco de disciplina y previsión termina siendo un caos desesperante tanto para el comprador como el vendedor. Uno ve hordas de personas indecisas buscando algo que no saben, a un precio de feria de las pulgas, para alguien a quien les importa un carajo tan sólo por guardar apariencias o mantener compromisos, gastando dinero que no tienen. La presión social de regalar algo es intensa.
Todo eso sumado al calor propio de estas fechas, a la urgencia de cumplr metas, a mantener una buena disposición a pesar del cansancio producto de largas jornadas... Y encima de todo el círculo cercano espera que uno tenga energía para celebrar, compartir, participar de los festejos. Una vez que llego a casa después de trabajar un 24 de diciembre yo sólo quiero aterrizar en mi cama y no escuchar voz humana por lo menos en 12 horas.
Extraño días tranquilos, y anhelo mis vacaciones de verano, que este año me tocan en abril.
Los días previos a Navidad trabajando en el comercio son un infierno que sólo los pecadores más reilientes están dispuestos a enfrentar, incluso los más veteranos del rubro esperan con ansias el término de la temporada.
La incultura del chileno promedio (y en realidad del latino promedio) es dejar todo trámite o tarea para última hora, incluyendo la compra de regalos. Algo que perfectamente podría conseguirse con un poco de disciplina y previsión termina siendo un caos desesperante tanto para el comprador como el vendedor. Uno ve hordas de personas indecisas buscando algo que no saben, a un precio de feria de las pulgas, para alguien a quien les importa un carajo tan sólo por guardar apariencias o mantener compromisos, gastando dinero que no tienen. La presión social de regalar algo es intensa.
Todo eso sumado al calor propio de estas fechas, a la urgencia de cumplr metas, a mantener una buena disposición a pesar del cansancio producto de largas jornadas... Y encima de todo el círculo cercano espera que uno tenga energía para celebrar, compartir, participar de los festejos. Una vez que llego a casa después de trabajar un 24 de diciembre yo sólo quiero aterrizar en mi cama y no escuchar voz humana por lo menos en 12 horas.
Extraño días tranquilos, y anhelo mis vacaciones de verano, que este año me tocan en abril.