Recuerdo que cuando era pequeño había dos televisores en casa. El de color estaba en la sala y uno blanco y negro en el dormitorio que compartía con mis hermanos. Era muy extraño que yo viera televisión puesto que nada de lo que veía mi familia era de mi gusto. Siendo el menor de la casa era lógico que no tuviera voz ni voto sobre la programación de los 4 canales disponibles en aquella época.
Cuando enfermaba y tenía que pasar todo el día en cama mi papá ponía el televisor a color en su dormitorio (donde pasaba mi convalescencia) y disfrutaba de la programación nacional a mi antojo, aunque fuera por sólo un par de días. En aquella época iba al colegio durante la tarde, de modo que ver los bloques infantiles que pasaban a esa hora era toda una novedad. Al menos, al llegar de la escuela siempre estaba "Pipiripao" a la hora del té, de modo que podía disfrutar de un rato de dibujos animados antes de hacer mis tareas e irme a la cama.
Con el tiempo la sala y cada dormitorio incorporaron un aparato de televisión, y ya cada quien podía ver lo que quisiera dentro de la parrilla de 6 canales nacionales recibidos a través de la misma antena del televisor (la ventaja de vivir en un cerro en Valparaíso). Aunque al llegar a casa de la jornada de la tarde pues no me daba muchas opciones más que la guerra de las teleseries, las noticias y el estelar de cada noche.
Más adelante escucharía hablar a mis compañeros sobre "la televisión por cable", un servicio contratado, tal como el agua y la electricidad, que permitía ver un centenar de canales extranjeros, cada uno con su programación específica. Lo que más me llamaba la atención era que había canales que pasaban dibujos animados TODO el día. Asombroso, un canal sin noticias, sin telecebollas, sin partidos de fútbol ni programación cursi. Además estaban los canales con documentales, de cocina, en idiomas extranjeros. Todo sonaba muy interesante. Pero como casi todo lo bueno, era un lujo que sólo las familias más pudientes podían darse.
En mi último año de escolaridad mi padre me regaló mi primer computador, con el cual aprendí muchas habilidades y además me inicié en el mundo de los videojuegos. El mundillo televisivo dejó de atraerme como medio de distracción, salvo excepciones. En realidad estaba más interesado en tener Internet que TV cable, el cual que llegué a tener por conexión telefónica, que hacía subir mucho el Servicio Local Medido, para horror de mi papá cuando llegaba la cuenta del teléfono.
Años más tarde finalmente tuvimos el llamado "triple-pack". Todo se veía muy interesante, y el reto era saber en qué canal iban a dar algo realmente más atractivo como para dejar de ver otro canal cuya programación era casi igual de interesante. Ver dibujos animados, especialmente Anime, por las las noches era una delicia.
Con el tiempo descubrí que todos esos 100 canales pasaban una cantidad abrumadora de infomerciales con productos ridículos. Que los documentales se convertían reality shows. Y que los dibujos animados eran reemplazados por series sobre insoportables adolescentes. Para qué refererirme a la televisión local: la farándula, el mal gusto y la incultura son los intermedios de la publicidad del corrupto y codicioso industrial nacional.
Por esta razón volví a los medios que ofrece Internet. YouTube y el software P2P, entre otros, se volvieron en mi fuente de entretenimiento. Claro que encontrar capítulos de una serie era algo tedioso, y el mercado negro lo sabía perfectamente.
Con el advenimiento de la banda ancha ya cualquier tipo de contenido se volvió más fácil de encontrar y descargar o reproducir en la misma web, con el riesgo, claro, de contraer algún tipo de virus informático o malware. La decadente industria mediática iniciaba su "cacería de brujas", gritando ¡PIRATA! a cualquiera que no se conformara con lo que ellos llevaban a la mesa y buscara entretenimiento por otras vías. Por supuesto, no es más que un reflejo de su propio mal manejo de contenidos y la manera obsoleta de distribuirlos.
Y llegó la era Netflix, una extensa biblioteca de series y películas disponibles en todo momento, sin insufribles comerciales, legal, por una cuota mensual bastante asequible. El mejor descubrimiento para alguien que disfruta ver estas producciones, sobretodo en la comodidad de casa, frente al computador o un dispositivo móvil, y a cualquier hora.
Por supuesto, no todo podía ser tan perfecto. La cantidad de contenidos, si bien es extensa, permanece limitada por la disponibilidad temporal de series y películas, supuestamente por un tema de "derechos", un concepto obsoleto para este siglo, y para cualquier tipo de avance como sociedad digital.
No sé que nos espera dentro de unos años: los contenidos holográficos, la transmisión neuronal, quién sabe, ya nada me sorprende en realidad, sólo trato de adaptarme al presente según mi propia corriente de pensamiento, muy libertaria por demás. Sólo espero que el avance tecnológico sea positivo y accesible para todos.
Cuando enfermaba y tenía que pasar todo el día en cama mi papá ponía el televisor a color en su dormitorio (donde pasaba mi convalescencia) y disfrutaba de la programación nacional a mi antojo, aunque fuera por sólo un par de días. En aquella época iba al colegio durante la tarde, de modo que ver los bloques infantiles que pasaban a esa hora era toda una novedad. Al menos, al llegar de la escuela siempre estaba "Pipiripao" a la hora del té, de modo que podía disfrutar de un rato de dibujos animados antes de hacer mis tareas e irme a la cama.
Con el tiempo la sala y cada dormitorio incorporaron un aparato de televisión, y ya cada quien podía ver lo que quisiera dentro de la parrilla de 6 canales nacionales recibidos a través de la misma antena del televisor (la ventaja de vivir en un cerro en Valparaíso). Aunque al llegar a casa de la jornada de la tarde pues no me daba muchas opciones más que la guerra de las teleseries, las noticias y el estelar de cada noche.
Más adelante escucharía hablar a mis compañeros sobre "la televisión por cable", un servicio contratado, tal como el agua y la electricidad, que permitía ver un centenar de canales extranjeros, cada uno con su programación específica. Lo que más me llamaba la atención era que había canales que pasaban dibujos animados TODO el día. Asombroso, un canal sin noticias, sin telecebollas, sin partidos de fútbol ni programación cursi. Además estaban los canales con documentales, de cocina, en idiomas extranjeros. Todo sonaba muy interesante. Pero como casi todo lo bueno, era un lujo que sólo las familias más pudientes podían darse.
En mi último año de escolaridad mi padre me regaló mi primer computador, con el cual aprendí muchas habilidades y además me inicié en el mundo de los videojuegos. El mundillo televisivo dejó de atraerme como medio de distracción, salvo excepciones. En realidad estaba más interesado en tener Internet que TV cable, el cual que llegué a tener por conexión telefónica, que hacía subir mucho el Servicio Local Medido, para horror de mi papá cuando llegaba la cuenta del teléfono.
Años más tarde finalmente tuvimos el llamado "triple-pack". Todo se veía muy interesante, y el reto era saber en qué canal iban a dar algo realmente más atractivo como para dejar de ver otro canal cuya programación era casi igual de interesante. Ver dibujos animados, especialmente Anime, por las las noches era una delicia.
Con el tiempo descubrí que todos esos 100 canales pasaban una cantidad abrumadora de infomerciales con productos ridículos. Que los documentales se convertían reality shows. Y que los dibujos animados eran reemplazados por series sobre insoportables adolescentes. Para qué refererirme a la televisión local: la farándula, el mal gusto y la incultura son los intermedios de la publicidad del corrupto y codicioso industrial nacional.
Por esta razón volví a los medios que ofrece Internet. YouTube y el software P2P, entre otros, se volvieron en mi fuente de entretenimiento. Claro que encontrar capítulos de una serie era algo tedioso, y el mercado negro lo sabía perfectamente.
Con el advenimiento de la banda ancha ya cualquier tipo de contenido se volvió más fácil de encontrar y descargar o reproducir en la misma web, con el riesgo, claro, de contraer algún tipo de virus informático o malware. La decadente industria mediática iniciaba su "cacería de brujas", gritando ¡PIRATA! a cualquiera que no se conformara con lo que ellos llevaban a la mesa y buscara entretenimiento por otras vías. Por supuesto, no es más que un reflejo de su propio mal manejo de contenidos y la manera obsoleta de distribuirlos.
Y llegó la era Netflix, una extensa biblioteca de series y películas disponibles en todo momento, sin insufribles comerciales, legal, por una cuota mensual bastante asequible. El mejor descubrimiento para alguien que disfruta ver estas producciones, sobretodo en la comodidad de casa, frente al computador o un dispositivo móvil, y a cualquier hora.
Por supuesto, no todo podía ser tan perfecto. La cantidad de contenidos, si bien es extensa, permanece limitada por la disponibilidad temporal de series y películas, supuestamente por un tema de "derechos", un concepto obsoleto para este siglo, y para cualquier tipo de avance como sociedad digital.
No sé que nos espera dentro de unos años: los contenidos holográficos, la transmisión neuronal, quién sabe, ya nada me sorprende en realidad, sólo trato de adaptarme al presente según mi propia corriente de pensamiento, muy libertaria por demás. Sólo espero que el avance tecnológico sea positivo y accesible para todos.
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