"El aburguesamiento (en francés, embourgeoisement, y en inglés, gentrification) es un proceso de restauración de zonas urbanas empobrecidas llevado a cabo por parte de la clase media en las ciudades. El proceso tiene como resultado el desplazamiento de aquellas personas residentes en la zona que disponen de menos ingresos."(fuente)
No recuerdo la época precisa en que el vecindario comenzó a cambiar.
Mi familia y yo llegamos a nuestra casa hace 30 años. Durante un año vivimos co-arrendando una casona con unos tíos en el cerro Yungay, después del terremoto del '85. Volver a tener un hogar para nosotros fue emocionante, sobretodo porque esta vez teníamos mucha luz natural, vista al mar, aire fresco, tranquilidad y además estábamos a pasos del centro cívico, cerca de todo.
La vida de barrio era el típico cliché de la clase media: panadería, almacén, peluquería, librería y hasta escuelas. Las vecinas que se juntaban a conversar en los pasajes, las calles vacías a la hora de la teleserie, etc. Las noches también eran muy tranquilas a excepción por algún residente que volvía "feliz" de algún bar en el puerto. No estábamos exentos de asaltos o vandalismo menor, los que eran resueltos por la comisaría cercana con la colaboración de la junta de vecinos.
Con respecto a este último punto recuerdo el caso de un individuo que grafiteaba paredes y hasta los mismos suelos con la frase "el efecto peña", acompañado de una silueta humana, cobijándose cobardemente durante las horas de la madrugada. Gracias al accionar de los vecinos esta persona fue detenida y hasta cumplió una condena. Nunca más supimos de sus garabatos por acá.
De a poco fui dándome cuenta de que, sin ser millonarios ni mucho menos, vivíamos en un lugar privilegiado dentro de una ciudad azotada por la delincuencia, la pobreza, la basura, la suciedad visual. Papá tuvo un excelente ojo al elegir esta casa por sobre otras que cotizó en su momento. Los pocos amigos que han venido a mi morada siempre elogian nuestra vivienda, su ubicación y lo acogedora que es.
Una vez que andaba de paseo con mi familia por Viña del Mar me llamó la atención la cantidad de locales comerciales en la estrecha calle de 5 Norte, todos colindando con edificios residenciales de alto nivel y fue inevitable reflexionar "¿esta gente podrá conciliar el sueño con tanta gente que transita por acá, incluso en la noche? Qué mal..." Ni sabía lo que estaba por venir.
Fuimos testigos del cierre paulatino de los locales comerciales del barrio, como las peluquerías, la librería. Pero cuando cerró la panadería que conocí desde que llegamos al sector quedamos estupefactos. Al parecer el negocio ya no era tan rentable con la competencia de los supermercados y las panaderías del plan. El almacén principal, cuyos dueños vivían ahí mismo, amplió sus espacios para ser mayoritariamente una surtida botillería.
Dichos locales estuvieron desocupados durante algunos meses. Pronto se convirtieron en restaurantes internacionales, bares, hoteles, heladerías que atrajeron no a la población local, sino a los turistas deseosos de ver el lado "bonito" y seguro de Valparaíso. Obvio, quienes vivimos acá siempre lo mantuvimos así para los propios vecinos, no para la gente de afuera.
Pasamos de tener al ocasional estudiante de primer año de arquitectura a un molesto y constante flujo de turistas nacionales y extranjeros. Muchos de mis vecinos de años simplemente vendieron sus casas y se fueron del barrio. Naturalmente esta cantidad de personas atrajo a vendedores y músicos ambulantes, aumentando la contaminación visual y sonora. Para qué hablar de los "cuidadores de autos" de ocasión, que hasta han tratado de cobrarnos ¡por estacionarnos en nuestro propio lugar!
Los fines de semana hace mucho rato que dejaron de ser tranquilos. Resulta frustrante ver a los santiaguinos suburbanos aplaudir el grafiti y a los músicos ambulantes metiendo bulla tocando las únicas dos canciones que se saben. Acordeones eternos, tambores eternos, guitarreos eternos. Muchas veces no podemos escuchar nuestros propios pensamientos. Lo peor es que cuando viene carabineros la misma gente (que por la noche disfruta tranquilidad en su condominio cerrado y vigilado por guardias) solidariza con los ambulantes, que vienen a lucrar a costa de la calidad de vida de los residentes que aún quedamos en el barrio. Hasta los motoqueros se sienten con el derecho de estacionar sus vehículos en un pasaje claramente marcado como peatonal.
Hay quienes señalan que estos negocios crean empleos. Veamos la calidad de estos empleos primero: meseros, baristas, cajeros, dependientes... Todos a sueldo mínimo o propinas. Recuerdo una vez que venía subiendo por el ascensor Reina Victoria y escuché la conversación de un mesero del restaurant FAUNA (tan sobrevalorado por el "red-set") con un amigo, y le comentaba que venía algo atrasado para su turno, y que la administración le descontaba el 50% de sus propinas si llegaba 5 minutos tarde. Éso sí que es ser negrero y miserable, y en realidad no me extraña de la moral de sus dueños.
La única solución para nosotros también sería emigar de acá. Lamentablemente eso no es financieramente posible para nosotros. Sólo nos queda luchar y resistir, aunque sea con eternas cartas a la municipalidad y la autoridad policial. Porque si no nos dejan tranquilos, tampoco los dejaremos tranquilos a ellos.
Mi familia y yo llegamos a nuestra casa hace 30 años. Durante un año vivimos co-arrendando una casona con unos tíos en el cerro Yungay, después del terremoto del '85. Volver a tener un hogar para nosotros fue emocionante, sobretodo porque esta vez teníamos mucha luz natural, vista al mar, aire fresco, tranquilidad y además estábamos a pasos del centro cívico, cerca de todo.
La vida de barrio era el típico cliché de la clase media: panadería, almacén, peluquería, librería y hasta escuelas. Las vecinas que se juntaban a conversar en los pasajes, las calles vacías a la hora de la teleserie, etc. Las noches también eran muy tranquilas a excepción por algún residente que volvía "feliz" de algún bar en el puerto. No estábamos exentos de asaltos o vandalismo menor, los que eran resueltos por la comisaría cercana con la colaboración de la junta de vecinos.
Con respecto a este último punto recuerdo el caso de un individuo que grafiteaba paredes y hasta los mismos suelos con la frase "el efecto peña", acompañado de una silueta humana, cobijándose cobardemente durante las horas de la madrugada. Gracias al accionar de los vecinos esta persona fue detenida y hasta cumplió una condena. Nunca más supimos de sus garabatos por acá.
De a poco fui dándome cuenta de que, sin ser millonarios ni mucho menos, vivíamos en un lugar privilegiado dentro de una ciudad azotada por la delincuencia, la pobreza, la basura, la suciedad visual. Papá tuvo un excelente ojo al elegir esta casa por sobre otras que cotizó en su momento. Los pocos amigos que han venido a mi morada siempre elogian nuestra vivienda, su ubicación y lo acogedora que es.
Una vez que andaba de paseo con mi familia por Viña del Mar me llamó la atención la cantidad de locales comerciales en la estrecha calle de 5 Norte, todos colindando con edificios residenciales de alto nivel y fue inevitable reflexionar "¿esta gente podrá conciliar el sueño con tanta gente que transita por acá, incluso en la noche? Qué mal..." Ni sabía lo que estaba por venir.
Fuimos testigos del cierre paulatino de los locales comerciales del barrio, como las peluquerías, la librería. Pero cuando cerró la panadería que conocí desde que llegamos al sector quedamos estupefactos. Al parecer el negocio ya no era tan rentable con la competencia de los supermercados y las panaderías del plan. El almacén principal, cuyos dueños vivían ahí mismo, amplió sus espacios para ser mayoritariamente una surtida botillería.
Dichos locales estuvieron desocupados durante algunos meses. Pronto se convirtieron en restaurantes internacionales, bares, hoteles, heladerías que atrajeron no a la población local, sino a los turistas deseosos de ver el lado "bonito" y seguro de Valparaíso. Obvio, quienes vivimos acá siempre lo mantuvimos así para los propios vecinos, no para la gente de afuera.
Pasamos de tener al ocasional estudiante de primer año de arquitectura a un molesto y constante flujo de turistas nacionales y extranjeros. Muchos de mis vecinos de años simplemente vendieron sus casas y se fueron del barrio. Naturalmente esta cantidad de personas atrajo a vendedores y músicos ambulantes, aumentando la contaminación visual y sonora. Para qué hablar de los "cuidadores de autos" de ocasión, que hasta han tratado de cobrarnos ¡por estacionarnos en nuestro propio lugar!
Los fines de semana hace mucho rato que dejaron de ser tranquilos. Resulta frustrante ver a los santiaguinos suburbanos aplaudir el grafiti y a los músicos ambulantes metiendo bulla tocando las únicas dos canciones que se saben. Acordeones eternos, tambores eternos, guitarreos eternos. Muchas veces no podemos escuchar nuestros propios pensamientos. Lo peor es que cuando viene carabineros la misma gente (que por la noche disfruta tranquilidad en su condominio cerrado y vigilado por guardias) solidariza con los ambulantes, que vienen a lucrar a costa de la calidad de vida de los residentes que aún quedamos en el barrio. Hasta los motoqueros se sienten con el derecho de estacionar sus vehículos en un pasaje claramente marcado como peatonal.
Hay quienes señalan que estos negocios crean empleos. Veamos la calidad de estos empleos primero: meseros, baristas, cajeros, dependientes... Todos a sueldo mínimo o propinas. Recuerdo una vez que venía subiendo por el ascensor Reina Victoria y escuché la conversación de un mesero del restaurant FAUNA (tan sobrevalorado por el "red-set") con un amigo, y le comentaba que venía algo atrasado para su turno, y que la administración le descontaba el 50% de sus propinas si llegaba 5 minutos tarde. Éso sí que es ser negrero y miserable, y en realidad no me extraña de la moral de sus dueños.
La única solución para nosotros también sería emigar de acá. Lamentablemente eso no es financieramente posible para nosotros. Sólo nos queda luchar y resistir, aunque sea con eternas cartas a la municipalidad y la autoridad policial. Porque si no nos dejan tranquilos, tampoco los dejaremos tranquilos a ellos.
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