Como casi en toda empresa era inevitable que en mi trabajo también se organizara un ágape entre compañeros de labores para fin de año. Al trabajar en retail las opciones son reducidas, principalmente por los draconianos horarios que tenemos, de modo que acordamos reunirnos un domingo para compartir entre camaradas.
Ya que ahora vivo en Quilpué no tenía intención alguna de viajar todo el día para ir a algún centro de veraneo repleto de escuincles ruidosos con piscinas llenas de urticante orina ajena y extrañando el baño de mi casa cada vez que sintiera un retorcijón en el estómago. Así que sin pensarlo y sin medir consecuencias ofrecí mi casa para llevar a cabo la reunión. Por supuesto, puse la condición de que fuera sólo con gente de la tienda. Cuento corto tuve que acceder a que vinieran con su familia, o al menos parte de ella.
Acordamos realizar nuestra junta de fin de año a principios de enero, y estratégicamente pedí vacaciones desde el día inmediatamente después a ésta. No tenía intenciones de volver a trabajar después de ser anfitrión para tal evento. Por suerte tuve la ayuda de todos, así que no me estresé tanto.
He tenido toda esta semana para mí. Aún no me llega mi quincena así que he tratado de evitar gastos. Además esta casa es un resort comparada con donde vivíamos antes. Una piscina, modesta, pero piscina al fin y al cabo ayuda a que me guste el verano. De hecho no recuerdo cuándo fue la última vez que me gustó el verano... ¿Quizás hasta la época universitaria donde tenía casi 3 meses libres de preocupaciones?
Hasta hace poco tener tiempo libre en el verano era más bien estresante: lidiar con afuerinos y ambulantes justo afuera de mi casa, ver la frustración de mis padres de no obtener descanso en ningún momento de la semana, ser testigo de la inoperancia de la autoridad local, etc. Me escapaba de todo eso porque pasaba casi todo el día en el trabajo y en cierto modo era más soportable atender a personas con cabeza de chorlito que no saben qué shampoo usan a diario (no, no es una exageración) que ver a mi barrio tomado por ambulantes que venden bisutería comprada en AlíExpress a precio de huevos Fabergé para los ingenuos turistas extranjeros (de hecho los "artesanos" del Paseo Dimalow hacen el show de picar piedritas para aparentar que las fabrican ellos mismos, qué fraudes).
Ahora todo es distinto, siento que estoy disfrutando el tiempo libre, y ver a mis padres con el derecho pleno de descansar es impagable. Antes me ahogaba, ahora me deleito con mucho aire fresco y tranquilidad. Aunque lo admito: Extraño la vista al mar. La vida le dio una gran oportunidad a mi familia, y la aprovechamos. Quizás me arrebataron mi Navidad, pero estos días me han hecho recordar mis veranos pasados, y aunque no sean 3 meses al menos han sido grandiosos hasta el momento.
Ya que ahora vivo en Quilpué no tenía intención alguna de viajar todo el día para ir a algún centro de veraneo repleto de escuincles ruidosos con piscinas llenas de urticante orina ajena y extrañando el baño de mi casa cada vez que sintiera un retorcijón en el estómago. Así que sin pensarlo y sin medir consecuencias ofrecí mi casa para llevar a cabo la reunión. Por supuesto, puse la condición de que fuera sólo con gente de la tienda. Cuento corto tuve que acceder a que vinieran con su familia, o al menos parte de ella.
Acordamos realizar nuestra junta de fin de año a principios de enero, y estratégicamente pedí vacaciones desde el día inmediatamente después a ésta. No tenía intenciones de volver a trabajar después de ser anfitrión para tal evento. Por suerte tuve la ayuda de todos, así que no me estresé tanto.
He tenido toda esta semana para mí. Aún no me llega mi quincena así que he tratado de evitar gastos. Además esta casa es un resort comparada con donde vivíamos antes. Una piscina, modesta, pero piscina al fin y al cabo ayuda a que me guste el verano. De hecho no recuerdo cuándo fue la última vez que me gustó el verano... ¿Quizás hasta la época universitaria donde tenía casi 3 meses libres de preocupaciones?
Hasta hace poco tener tiempo libre en el verano era más bien estresante: lidiar con afuerinos y ambulantes justo afuera de mi casa, ver la frustración de mis padres de no obtener descanso en ningún momento de la semana, ser testigo de la inoperancia de la autoridad local, etc. Me escapaba de todo eso porque pasaba casi todo el día en el trabajo y en cierto modo era más soportable atender a personas con cabeza de chorlito que no saben qué shampoo usan a diario (no, no es una exageración) que ver a mi barrio tomado por ambulantes que venden bisutería comprada en AlíExpress a precio de huevos Fabergé para los ingenuos turistas extranjeros (de hecho los "artesanos" del Paseo Dimalow hacen el show de picar piedritas para aparentar que las fabrican ellos mismos, qué fraudes).
Ahora todo es distinto, siento que estoy disfrutando el tiempo libre, y ver a mis padres con el derecho pleno de descansar es impagable. Antes me ahogaba, ahora me deleito con mucho aire fresco y tranquilidad. Aunque lo admito: Extraño la vista al mar. La vida le dio una gran oportunidad a mi familia, y la aprovechamos. Quizás me arrebataron mi Navidad, pero estos días me han hecho recordar mis veranos pasados, y aunque no sean 3 meses al menos han sido grandiosos hasta el momento.
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