A ese niño, que se esforzó tanto por sacar buenas calificaciones, ser obediente con sus padres y respetuoso hacia sus profesores, privarse de las travesuras propias de la niñez y la adolescencia y seguir un camino académico pensando que eso lo llevaría al éxito en la vida adulta... Le pido perdón.
Perdón por no cumplir los sueños que tuvo alguna vez. Por no conseguir un empleo exitoso, por no comprar una casa propia, por no tener un auto que lo lleve a conocer hermosos paisajes, por no tener un cónyuge amoroso y comprensivo con quien formar una familia (aunque sea de papás perrunos) y tener tradiciones propias.
Le pido perdón por acarrear la vergüenza de haberse esforzado tanto para nada. Perdóname, Dani, no pude darte la vida que soñabas y que merecías, y mucho. Espero en la próxima vida poder compensarte por las lágrimas de frustración que ruedan silenciosas por tus mejillas, tratando de que los demás a tu alrededor no las noten.
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