Aprendí que no siempre hacer lo correcto traerá buenos resultados, pero te deja la conciencia limpia.
Aprendí que más vale tener un apellido íntegro y hacer las cosas por sí mismo que depender por siempre de favores de los demás.
Aprendí que las apariencias engañan, sobretodo al tratarse de atractivo físico.
Aprendí que incluso la persona en que más confías es capaz de traicionarte de un día para otro por motivos absolutamente egoístas, no importa cuánto bien le hayas hecho durante todo el tiempo que le conociste.
Aprendí a tener el valor de decir NO y NO QUIERO, sobretodo frente a favores que perfectamente pueden realizar los solicitantes por sí mismos, porque agradarle a los demás sólo por ser amable es extenuante.
Aprendí que el tiempo sí sana las heridas.
Aprendí que el karma pasa la cuenta y hace justicia mucho más rápido de lo que creemos.
Aprendí que amigos y parejas pueden ir y venir, pero que la familia es para siempre.
Aprendí que el gris tiene mucho más de 50 tonos.
Aprendí a no temerle a desconocidas alternativas laborales.
Aprendí a que fuera mi trabajo el que hablara por mí, y no las superfluas opiniones de los demás.
Y por sobre todas las lecciones, aprendí a disfrutar la soledad, a desarrollarme y crecer por y para mí. A regocijarme en mis simples placeres específicos sin rendirle cuentas o explicaciones a nadie. Porque quienes disfrutan de su propia companía ven a una pareja como un complemento de aquella felicidad, un anexo, pero no como una parte primordial para sentirse completos, y compadezco a quienes aún no se han dado cuenta de ello, o quizá sí, pero utilizan a su pareja tan sólo como fuente de beneficio personal.
El gran resumen de 2015 es lo siguiente: Lo que ayer me estresaba o acongojaba hoy es causa de alivio y jolgorio. Bienvenido 2016.
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