jueves, 17 de enero de 2013

Y repentinamente... los 80 y 90

No, no me refiero a ese sobrevalorado y panfletero programa de cierto canal de TV. Me refiero a mi propia infancia y juventud. En general no suelo acordarme de aquella época a menos que algún gatillo a los sentidos me transporte por un segundo al pasado. En cierto modo al tener un verano sin vacaciones me hace añorar esos tiempos en que uno al fin salía del colegio con su convivencia, paseo y regalitos de fin de año. Al ser uno de los primeros tres lugares de mi curso durante toda mi educación básica y media recibía un galardón extra, antesala de la Navidad. 

Esas convivencias con galletas, suflitos, queque y bebida en botella de vidrio, en que uno iba al colegio en short y polera, una extraña y agradable sensación de libertad y holgura sin el asfixiante uniforme. Lo mejor era cuando recibía un juguetito nuevo, algo no muy caro, salido del mismo presupuesto del curso, pero valorado enormemente por todos. Para mí era la recompensa por estudiar, hacer mis tareas y ser responsable siempre. 

Una vez finalizado dicho ritual comenzaban las preparaciones para Navidad y Año Nuevo. Salíamos con mi abuelita Pola al menos un par de veces por semana. A ella le gustaba comprar en el sector del Puerto, específicamente en calle Serrano y alrededores, cuando aún el comercio allí era seguro, familiar y sustentable. Paqueterías, jugueterías, confiterías, ferreterías, zapaterías, panaderías, boticas y tostadurías, junto con el mercado vivieron su era dorada antes de la llegada de tiendas departamentales, hipermercados y malls. 

Había dos tiendas donde me gustaba vitrinear aunque no me compraran nada: una paquetería donde vendían artículos de librería y de cumpleaños, con cuadernos de colores, lápices con aroma y juguetitos sorpresa, siendo estos últimos mis mayores objetos de deseo. Mi abuelita me compraba cuando podía unas navecitas espaciales coleccionables, con las que podía inventar fantásticas historias en planetas lejanos y entretenerme toda una tarde. La otra tienda era una juguetería que traía novedades importadas ahora consideradas de verdadero culto, como los Airgam Boys y los Pin & Pon. Lo recuerdo porque precisamente tuve de ambos juguetes, también gracias a mi abuelita, pues ella entendía lo que me gustaba, incluso más que mis propios papás. 

Si bien los negocios contaban con austeras decoraciones un tanto kitsch, para mí todo era preludio del magnífico día de Nochebuena, con programación infantil casi todo el día en todos los canales de TV abierta (que no habrán sido más de 4 en aquel tiempo), un día soleado y cálido, en que nos hacían comer muy poquito para tener hambre a la hora de la deliciosa cena, en la cual hasta los cubiertos parecían irradiar magia. Y luego venía el frenesí de los regalos, siempre recibiendo lo que era para mí lo mejor de lo mejor del saco del Viejo Pascuero, por lo que siempre estaré agradecido de mi familia por hacer de mis Navidades los mejores momentos de mi niñez. 

La nochevieja era similar, con fuegos artificiales a medianoche en vez de regalos. Me gustaba mucho porque también era considerada una festividad familiar y la gente estaba más tranquila, pues si salía a presenciar el espectáculo pirotécnico después volvía a sus casas. Lamentablemente ahora me parece un asco por culpa de una juventud sin educación ni respeto que de gratuito no se merece NADA. 

Ya después de las fiestas pasaba las tardes de verano en la frescura de nuestro pequeño jardín, con sólo algunos de mis juguetes favoritos, creando guerras sin muertos con mis soldados, palacios de tierra para mis figuras y hasta pueblos imposibles con escasas piezas de Lego o casitas de Monopolio, de hecho era lo que más me gustaba de ese juego de salón, ya que prácticamente no tenía con quien jugar y por eso tampoco nunca me llamaron la atención ni los Ludos, Loterías ni nada que requiriera a más de una persona para poder jugar. 

Nunca tuvimos piscina, ni siquiera de esas inflables o de plástico rígido, de modo que si sentía mucho calor no me hacía problema. Tomaba mis figuras favoritas y las llevaba a su propia piscina: el lavamanos del baño. Iba por un taburete para sentarme, ponía el tapón y mis afortunados Airgam boys y girls tenían un día en el Spa, o desafortunadas hormigas tenían un naufragio tras otro en embarcaciones de papel o de tazos. Recuerdo que metía ambas manos al agua, cerraba los ojos y me imaginaba estar en el agua. 

Diciembre y enero eran mis meses favoritos, pero llegaba febrero con esa misma sensación de día domingo por la noche en que sabes que todo vuelve a una rutina tediosa. Ver uniformes escolares en las tiendas me daba urticaria, y utilizar toda una tarde para ir de tienda en tienda buscando la mejor relación precio/calidad y probarse esa ropa que apretaba mi libertad estival era un verdadero martirio. Para mí el verano se acababa oficialmente cuando tenía la tenida completa colgando en el closet. 

Extraño esos tiempos cuando todo era más tranquilo, cuando el tiempo libre se disfrutaba mucho más y parecía eterno, y jugar todos los días con los mismos juguetes era parte de una deliciosa y segura rutina. Yo creo que por eso ya adulto me siguen gustando los juguetes, y en los videojuegos de PC busco recrear esa misma sensación con títulos como SimCity, Los Sims, Civilization, etc. Esas ganas de crear historias y lugares de fantasía siguen vigentes, sobretodo en una adultez que parece presionar desde todas las direcciones, exigiendo atención a situaciones e individuos que, bajo circunstancias diferentes no miraríamos ni por si acaso. 

 Así que ahora me dispongo a disfrutar de mis horitas de libertad antes de que dichos individuos y circunstancias las miren con ojos celosos, codiciando mi valiosa atención. 

 PD: Qué rico fue bloguear, también lo extrañaba