miércoles, 30 de noviembre de 2016

Apología de los regalos "comodines"

Aunque a algunos les pese, se aproxima la Navidad, y con ello el frenesí consumista que mueve un modelo económico decadente y obsoleto. Pero para qué nos vamos a poner hipócritas ahora, a todos nos gusta recibir regalos, nos encanta cenar algo delicioso en Nochebuena, y el día feriado siempre es bien recibido por todo asalariado.

Dentro de las tradiciones se encuentra hacer regalos entre círculos sociales conformados por personas que conocemos y compartimos a diario pero con quienes no somos muy allegados, una instancia llamada "jugar al amigo secreto". Sí, si nos detenemos a pensar, suena una tremenda estupidez gastar tiempo y dinero en personas que no son nuestros amigos, pero bueno, nunca dejan de sorprenderme las absurdas costumbres del ser humano, y sí, soy misántropo, vivan los eventos de extinción masiva, ¡yay!

Pero concentrémonos en los obsequios en sí. Si ya es un poco difícil regalar a alguien que conocemos y queremos buscar un presente para alguien con quien sólo socializamos en instancias laborales (a veces a la fuerza) resulta una tarea fastidiosa. Por suerte el comercio ofrece una gran variedad de regalos "comodines", los cuales tienen una alta probabilidad de tener una buena recepción.

Se incluyen chocolates, galletas en lata, tazones simpáticos, menaje temático, objetos novedosos de librería, artículos de tocador, etc. En algún momento he recurrido a este tipo de regalos no sólo para conocidos sino también para gente que quiero, principalmente por la conveniencia económica de estos presentes.

Existe gente que desprecia este tipo de regalos, según ellos "no son obsequios que nazcan del corazón", que "no apuntan al tipo de persona que soy", que "representan la facilidad de regalar cualquier cosa sin hacer mayor esfuerzo mental", entre otras trilladas afirmaciones con respecto al tema.

Bueno, primero que todo, ese tipo de personas malagradecidas deberían darse con una piedra en el pecho, alguien les está haciendo un regalo, alguien dedicó su valioso tiempo libre a buscar y comprarles un presente, alguien sacrificó con gusto (o no, quizás) parte de su dinero que podría haber gastado en golosinas, sushi, licor, la mensualidad de Netflix, etc. Cuán verdadero es el mensaje "la intención es lo que cuenta".

Recuerdo que un conocido alguna vez se quejó en una conversación grupal sobre este asunto: "Ay, detesto que me regalen vinos o chocolates, no sé, lo encuentro tan poco atinado".

- ¿Y qué te gustaría que te regalaran? -preguntó alguien.
-  No sé, algo que sí vaya con mi estilo.
- ¿Pero qué?
- No sé, pues, no es mi problema pensar un regalo para mí, es de la otra persona.

Qué ganas de haberle dado con un martillo en la cabeza, pero bueno, si mal no recuerdo es la misma persona que alguna vez pidiera la receta de una macedonia de plátano con naranja al ver una foto de tal humilde postre publicada en redes sociales. (Mención aparte, qué bueno que ese tipo de personas va desapareciendo de la vida de uno sin siquiera hacer un mínimo de esfuerzo).

También, ¿a qué clase de ser humano de sangre caliente no le gusta el chocolate? ¿Qué clase de golem sin corazón no aprecia un vino? Está bien, lo admito, en algún momento detestaba que me regalaran vinos porque no suelo beber alcohol a menos que sea en un bar (un evento que sucede 2 o 3 veces al año) o para alguna ocasión especial. Ahora los recibiría con mucho agrado, porque planearía alguna pequeña instancia gastronómica alrededor del mismo.

Aunque si lo reflexionamos el concepto de regalos comodines puede variar de persona a persona. Una golosina puede ser un presente de ese tipo. Para otra persona puede ser un par de calcetines, para los que inevitablemente uno frunce el ceño pero termina por apreciar al final ante un cajón lleno de ese tipo de prendas en evidente estado de biodegradación.

Quien me conoce al menos un poco sabrá que los juguetes Playmobil son mi mayor pasión y que un presente de esta marca juguetera alemana me lleva al borde del éxtasis. No obstante tengo muy claro que mis amados coleccionables son 1) costosos y 2) muy difíciles de encontrar en el comercio tradicional. Hasta a mí me cuesta encontrar algo que me guste y a un precio no tan disparatado en Internet.

En fin, tráiganme los tazones, las calcetas, las golosinas, los peluches, los estuches de colonias y desodorantes, porque no soy un ser pretencioso cuyo ego sólo aspira a recibir libros sobre fotografía, vinilos de super-mega colección o ediciones limitadas de espumante húngaro. Sólo hemos de recordar, a modo de evolucionarn como especie social: No hay peor frustración que recibir vestuario de regalo en una talla o estilo que no es el tuyo.