domingo, 25 de diciembre de 2016

El mejor día del año

Muchas personas tienen una devoción prácticamente religiosa hacia los viernes. Asalariados que cumplen sus labores de lunes a viernes y que esperan el descanso temporal a nuestro eterno estado de esclavitud disfrazada de una libertad consumerista. Se entiende, no todos tenemos el privilegio de trabajar en algo que de verdad nos guste y apasione, la gran mayoría sólo lo hacemos por el dinero, que termina pagando nuestra subsistencia.

Similarmente, durante todo el año espero Nochebuena y Navidad, días mágicos que traen hermosos recuerdos de mi infancia. Tener a toda la familia reunida, la exquisita comida, el intercambio de obsequios, los especiales televisivos de Navidad, las golosinas, los juegos, las luces festivas. La lista completa de mis cosas favoritas, todas juntas en un par de días.

Cuando la gente habla de "salir de la rutina" es a esto a lo que me refiero.

Hace 15-20 años mi barrio era mayoritariamente residencial. El comercio era poco y dedicado principalmente a suplir las necesidades de la comunidad, como una peluquería, una panadería, un par de almacenes y botillerías. De modo que la vida era tranquila, muy familiar, una paz que sólo se quebraba por las risas de niños jugando en los pasajes o la calle. Y en Nochebuena la quietud era particularmete de cuento de hadas, pues todos estaban en casa compartiendo con su familia.

A medianoche era normal ver a niños pequeños junto a un familiar mayor pasear aleatoriamente por el barrio, una estrategia para sacarlos de la casa mientras "Santa Claus" ponía los regalos bajo el árbol. A mí me hacían subir a mi dormitorio a esperar al Viejo Pascuero, mientras rápidamente sacaban los regalos de su escondite y los colocaban en la sala de estar. Ya con la llegada de mis sobrinos me tocó continuar con este ritual, mientras los demás hacían la "magia" de la Navidad. De hecho no recuerdo haber participado de la colocación de los regalos en mi vida.

Con el aburguesamiento mi barrio se ha transformado en un centro comercial a cielo abierto para turistas y visitantes, donde destacan restaurantes con precios inflados, hoteles "boutique", tiendas fifí vendiendo repostería industrializada a precio hipster/artesanal, sin contar a ambulantes oportunistas que tratan de vender piedras, fierritos y trapos, entre otras chucherías, como souvenirs autóctonos a los incautos extranjeros guiados por estrepitosos guías locales.

Si bien toda la semana el bullicio foráneo generado precisamente a causa de este aburguesamiento es incesante, y aún peor en los fines de semana, durante Nochebuena fue reducido al mínimo con los negocios cerrados y el flujo de gente reducido exclusivamente a los residentes. Me sentí cronotransportado a tiempos más felices y apacibles, cuando antes de la cena de Nochebuena (y después de los especiales televisivos de Navidad) me quedaba en el patio, contemplando el cielo despejado de verano, buscando la mítica Estrella de Belén.

Aunque pasear por mis calles y ver que la gente aún decora la fachada de sus casas y pone el árbol de Navidad junto a una ventana para que los peatones lo admiremos, sigo resintiendo la "involución" del otrora tranquilo sector que ha sido testigo de mi crecimiento por ya 30 años.

Quizás la vida me hizo este regalo de tener una noche tranquila en mi cerro, para variar. La próxima toca en Viernes Santo, cuando la culpa católica motiva a la población a "no pecar" y quedarse en casa. Para mí el resto del año es sólo hacer tiempo hasta la próxima Nochebuena, cuando el día tiene un aroma y color distinto, y la magia de ver sonreír a toda la familia vale cada peso invertido. Feliz y mejor año para todos.

martes, 13 de diciembre de 2016

Nostalgia de navidades pasadas

Una foto publicada por Daniel (@playmo.danychan) el

Este calor reciente y la época del año me hace recordar mis comienzos de verano cuando era pequeño. Tiempos simples y maravillosos cuando todo era más tranquilo y las cosas sí tenían un efecto válido de causa-efecto. 

A estas alturas ya habría terminado el año escolar, la "convivencia" del último día de clases, con papitas, suflés, bebidas azucaradas, el infaltable queque traído por alguna mamá del curso (que nunca comía por encontrarlo seco y soso). Y, por supuesto, un regalito financiado por las cuotas mensuales. Desde la perspectiva contemporánea por lo general era un juguete baratito de corta vida útil, pero aún así era la antesala de la Navidad. También había un regalo extra para los tres primeros lugares de cada curso y, sin el ánimo de fanfarronear, puedo decir que recibí dicho obsequio adicional en cada año de mi escolaridad. 

Es en este aspecto que hago hincapié en la verdadera relación de "causa-efecto". El trabajo y esfuerzo conducían inevitablemente a una validación de los mismos mediante una recompensa. Hoy en día, en el mundo real, puedes partirte la espalda o quemarte las pestañas trabajando, y en vez de obtener algún tipo de gratificación lo que te toca como "premio" es un aumento en la carga laboral, y eso sólo si tienes un empleo. 

Mediados de diciembre también significaba la preparación para los eventos familiares que más anhelaba en el año, Navidad, por los regalos, y Año Nuevo, por los majestuosos fuegos artificiales. Mi abuelita me llevaba a comprar al barrio Puerto, le gustaba cooperar en ambas cenas. Solía comprar pascueros y monedas de chocolate, caramelos, malvas Calaf, tanto para la casa como para sus hijos y nietos que no tenían el privilegio de vivir con ella como nosotros. 

Durante ese período también veía televisión por las mañanas y las tardes las pasaba en el antejardín jugando con agua, barro y juguetes. Por las noches escuchaba música en una radio portátil con audífonos y leía un libro. La programación de la televisión nacional no me llamó nunca la atención, salvo excepciones. Debo destacar que el gran acierto veraniego para un canal de televisión abierta era transmitir "Robotech", no me la perdía por nada, era mi teleserie favorita. 

Para el día de Nochebuena por lo general lo pasaba en casa viendo todos los especiales navideños o, dependiendo del año, me mandaban a comprar algún insumo de último minuto, y esto último era algo que no me producía placer alguno. Las calles atestadas de gente haciendo sus compras de último minuto, el calor abrasante, la desesperación de todo mundo por llegar a su hogar. 

Ya en casa el resto del día era hacer la hora para la cena de nochebuena. Por lo general siempre pedía una sola cosa, y nada que estuviera disparatadamente fuera del presupuesto del "Viejito Pascuero", de modo que casi siempre recibía lo que quería, junto con hermosos regalos sorpresa provenientes de toda la familia. Nada de marcas o el artilugio de moda, tampoco los esperaba, todo obsequio era maravilloso. 

Por eso siempre agradeceré a todos y cada uno quien hizo de esas navidades las fechas más felices de mi infancia. El cariño y dedicación de parte de mi familia por dibujarme la alegría en el rostro. Ya de adulto conozco el esfuerzo que representa oragnizar un evento así, y hoy en día aprecio cada detalle que preparan, incluso en tiempos difíciles.