lunes, 12 de octubre de 2015

De cuello blanco a cuello azul

Desde los tiempos de la universidad siempre me desempeñé laboralmente en actividades administrativas e intelectuales, por lo general frente a un computador sentado en el epítome del sedentarismo. Papeleo, educación, soporte y redacción de contenidos han sido el menú por años en mis dos trabajos anteriores.

Una de las características de ambos fue el grado de confianza y responsabilidad depositados en mí. Manejaba datos confidenciales y muy delicados de los cuales dependía la sustentabilidad de las empresas. De hecho en la primera compañía donde trabajé tuve llave de la oficina y clave de alarma casi desde el primer día.

La única exigencia fue firmar un contrato de confidencialidad de datos y vestir camisa y pantalón de vestir, ni siquiera corbata. El profesionalismo y la confianza se daban por sentado entre adultos.

Por circunstancias de la vida llegué a parar a un empleo de cuello azul en una empresa grande, de aquellas donde uno es sólo un número, un tornillo más del motor. La paradoja es que al firmar contrato te entregan un libro de bolsillo con el reglamento interno sobre orden, limpieza y presentación personal. Junto con los celos sobre horarios de entrada, almuerzos y salidas, más la revisión de mis pertenencias al término de mi turno, suponen un insulto a mi inteligencia, integridad y recomendaciones impecables.

Ese reglamento es apropiado para un liceo de enseñanza media, no para un adulto responsable, con criterio formado y sentido común. Sí, las personas somos diferentes, y más de alguno necesitará esa "luz" que no le dieron en casa o la escuela. Conocí realidades donde miembros de una disque "familia católica y con valores" hurtaba especies de sus lugares de trabajo para reducirlas por Internet o consumirlas en su domicilio, como si fuera lo más natural del mundo, pero manejar sin un rosario colgando del espejo retrovisor bien a la vista (qué chabacano) era buscarse el infierno seguro. Yo también he tenido algún tipo de carencia material, y también sentido frustración frente a las injusticias de un mundo imperfecto a causa de seres humanos desalmados, pero aún así nunca he robado bajo justificación alguna, como sí lo han hecho algunos políticos sin estima por la higiene personal.

Sólo puedo decir que ojalá la empresa no busque lealtad o que "me ponga la camiseta por ellos", como señala el hilarante y trillado cliché de gerentes irresponsables. Mientras no haya reciprocidad pues yo me levanto sólo para ganarme las lucas en este momento, y si sale algo mejor, pues, que le digan adiós a mi cuerpo.

En fin, este año ha sido de lecciones, de cambios, de aprender cosas nuevas y conocer gente, de avanzar y crecer, porque sólo al ser obstinado e insistente se puede vencer la adversidad.